En presencia de un milagro

Quienes me conocen bien saben que durante siete años trabajé como voluntaria en un Programa de Intervención Asistida con Animales de un hospital local de mi ciudad natal. El programa tenía por objeto realizar visitas con un perro terapéutico a aquellas personas que estuvieran atravesando momentos difíciles con el fin de proporcionarles un poco de amor, esperanza y alivio.

Solo aquellos perros terapéuticos que estuvieran debidamente habilitados y entrenados podían visitar a los pacientes enfermos del hospital. Yo me ofrecí como voluntaria con mi hermosa perra Beba. El 3 de octubre de 2015, Beba cruzó el “puente del arco iris”, ese otro mundo entre la Tierra y el Paraíso que alivia el dolor de aquellas personas que han perdido a sus amadas mascotas. Mi pequeño angel era tan especial… ella fue elegida entre un grupo de 200 aspirantes. Beba fue sometida a un largo entrenamiento de dos semanas durante el cual se evaluó minuciosamente su temperamento ante cada situación para garantizar que no dañaría a ningún paciente durante una visita. Beba y otros once perros fueron seleccionados para el entrenamiento, pero solo nueve de ellos se graduaron y pasaron a formar parte del programa de ese año. Fue tan maravilloso cuando recibí la noticia de que mi pequeña era parte de este increíble programa.

Le tenía mucha fe. Sabía que haría un gran trabajo porque tenía todas las cualidades necesarias para ser una buena perra terapéutica. Era hermosa, dulce y extremadamente inteligente. Y lo más importante, podía conectarse con las personas de una forma inexplicable y realmente mágica.

Durante los primeros meses como voluntarias experimenté lo que yo clasificaría como un milagro. Un día, mientras ingresaba al hospital, una mujer se acercó corriendo hacia mí y me preguntó: “¿Su perro es un perro terapéutico?”.

«Sí», respondí.

“¿Podrían visitar a mi madre?”, preguntó.

“Por supuesto”, respondí. “¿Cuál es la habitación? Si no está en la lista de pacientes que debo visitar hoy, deberá solicitar permiso al médico para que pueda verla”.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. “Lo necesito porque mi madre no se mueve ni habla desde hace tres semanas”, me rogó. “Realmente creo que eso podría ayudarla”.

Cuando llegé al piso donde estaba la señora, me acerqué a la enfermera para consultarle si podía visitarla. La enfermera me dio permiso. Me dirigí a la habitación, saludé a todos, y puse a Beba sobre la cama junto a la señora. Beba inmediatamente se acurrucó al lado de la señora. La señora no se movió ni respondió. Entonces, levanté a Beba para quitarla de la cama. Y en ese momento, la señora, que no se había movido en semanas, levantó su brazo y me pidió que dejara a Beba sobre la cama. Mientras ponía a Beba sobre la cama, la mujer la miró y sonrió. La hija de la señora comenzó a llorar mientras decía: “¡Dios mío! Esta es la primera vez que mi madre se mueve o dice algo en tres semanas!”. Eso para mí fue un verdadero milagro.

Me quedé un rato con la señora que comenzaba a moverse y palmear a Beba. “Se parece a mi dulce perrita Cookie”, expresó.

Luego de acariciar a Beba por un rato, se volvió a quedar dormida, así que tomé a Beba y abandonamos la habitación tras recibir el agradecimiento de su familia. Continué con los pacientes de la lista y mientras visitábamos al último paciente del piso, vi que había una multitud de gente afuera de la habitación de la señora. También había un sacerdote. Las personas lloraban. Así que me acerqué para ver qué había sucedido. Me informaron que la señora había fallecido.

“¿Cómo?”, respondí sorprendida. La noticia fue tan triste que también comencé a llorar. Recuerdo que Beba no quiso volver a entrar a la habitación; fue como si percibiera que el alma de su nueva amiga ya no estaba allí. No podía creer que mi perrita hubiera sido la causa de la última sonrisa y sentimiento de amor y paz que experimentó esta mujer en este mundo antes de morirse. Gracias a Beba, la mujer se fue en paz con el hermoso recuerdo de su amorosa perrita Cokie.

La hija de la señora se me acercó. “Jeannette and Beba, gracias por traerle alegría a mi madre en su último día en la Tierra”, me dijo. Ambas sabíamos que habíamos experimentado un milagro.

Esta situación me demostró el impacto que puede tener un perro en nuestras vidas. Su energía puede conectar con la de otros de forma muy especial porque su mera presencia y amor incondicional logra devolvernos un recuerdo o traernos la alegría necesaria para llenar nuestros corazones.

Luego de esta experiencia, noté que se generó una conexión más grande y profunda con Beba. Ambas vivimos una situación increíble y triste juntas. Yo no estaba sola, y pudimos darnos consuelo mutuamente.

Algunas personas pasan su vida entera sin experimentar la conexión especial y plena que existe con los perros.

Si estás atravesando un momento difícil, piensa que un perro podría hacerte mucho bien y considera adoptar uno. Si tienes un perro, obsérvalo y presta atención al mensaje que está tratando de darte. Trata de conectarte con tu bola de pelos. No lo veas simplemente como algo que mueve la cola. La presencia de los perros en nuestras vidas es mucho más profunda, me refiero tanto a nivel espiritual como en el plano emocional.

Trata a tu perro con amor y respeto, como a un ser capaz de guiarte y protegerte de diversas formas. Los perros están en este mundo para darnos amor y consuelo. No sólo recibimos mensajes a través de formas humanas de comunicación como lo son el habla y la escritura; también podemos recibir mensajes al observar a otros seres vivos como los perros.

Creo que existe una razón por la cual la palabra “dog” (perro) en inglés deletreada al revés puede leerse como “God” (Dios). La presencia de Dios a veces toma formas diferentes e inesperadas. Solo debes prestar atención.